Caminaba de espaldas como en un sueño, el miedo a la incertidumbre de ver lo que había más adelante atravesaba cada célula de su ser. Recorría un largo pasillo de pulcro e irradiante mármol, rodeada de cariátides de rostros invisibles.
Y ella armándose de valor, volteó al fin. Divisó aquel cuadro fiel a su reflejo. Cada pincelada destapaba la pasión que padecía. Esas lagrimas rebosantes, congeladas en sus ojos, que nunca llegaban a caer y perderse en aquella trama de laureles bajo sus pies.
Se embebía en el oleo de su figura, la nitidez de su piel se confundía con el intenso dorado de los mosaicos que envolvían aquella escena antinatural y forzada.
Esos cabellos color tierra rociados en su rostro y cuerpo no ocultaban el erotismo de aquel instante.
Aquella mujer completamente atrapada por los brazos de su querido. Sometida, Vulnerable. Arrodillada a orillas de un precipicio, sublevada por el poder de su amante.
Un beso que parece eterno, un abrazo estrecho, y aquellos ojos viviendo intensamente el momento.
Cada pincelada la inquietaba. No podía ver más.